Nunca nadie cuestionó su seriedad. Su despertador sonaba siempre a las cinco. Desayunaba a las siete. Paseos caninos a las 7 y 30. Oficina a las 9. Almuerzos y cenas puntuales y cronometrados. El amor, sólo los sábados. La siesta, en vacaciones. La exactitud, la previsión y la organización minuciosa le habían abierto la senda del éxito profesional. Sólo había un momento en el que sin saber qué hacer dejaba obrar la casualidad. Cada cinco años, en la soledad de la cabina electoral, Erostia Alba tiraba los dados que le indicaban por quién votar.
(*) Enrique Uribe Carreño es profesor en la Universidad de Estrasburgo (Francia).
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La casualidad siempre viste casual, la noción de control nos da la sensación de seguridad sin saber o prefiriendo ignorar que no somos dueños del próximo minuto.
Buen relato